A medida que fueron llegando nuestros nietos al mundo, tomamos una decisión sería de impactarles con nuestras vidas. Queríamos estar presentes en su diario vivir y dejar una huella, no solo en su niñez, sino durante toda su vida.
Cuando dos de ellos, los primeros, tenían cierta edad que ya podían pasar la noche fuera de sus padres, establecimos una fecha en el calendario que usaríamos cada año y comenzamos a crear un hábito que mantenemos hasta hoy.
Se fueron añadiendo los nietos uno a uno cada año y ahora, los seis, viven esa aventura de salir con nosotros tres días a algún lugar donde viven las veinticuatro horas con actividades, música, juegos, historias y diseño de proyectos que les forman y les divierten, mientras crecen y aprenden sin interferencias a nuestro lado. Hasta hoy viajamos en nuestra furgoneta, vestimos ropa igual o parecida, subimos a castillos para conquistarlos y hablamos y vivimos las historias de la Biblia que les impresiona y les encanta.
Los abuelos tenemos una gran responsabilidad. Podemos marcar a las siguientes generaciones para bien o para mal.
Tal vez no podamos establecer una salida de tres días, pero podremos quizás reunirnos con ellos y crear un hábito según nuestras posibilidades, siendo intencionales. Que los niños esperen esa fecha establecida, esos momentos especiales e irreemplazables que serán, seguramente, para toda nuestra vida y más allá, durante la suya, cuando nosotros ya no estemos aquí.
