
Dicen que los elefantes tienen una memoria prodigiosa. Recuerdan rostros, caminos, voces, incluso emociones. ¡¡Cómo los echamos de menos hoy en los circos!! Pero hay alguien más que posee una memoria igual de poderosa, aunque a veces pase desapercibida: los nietos. Sobre todo, los nietos en verano, cuando el tiempo se estira y la vida se desacelera al ritmo pausado de unas vacaciones que saben a libertad, a juegos, a risas y a helado derretido en la mano.
Los veranos con los abuelos no son simplemente días libres de escuela; son capítulos que se graban a fuego lento en la memoria emocional de los nietos. Los olores de la casa antigua, el sonido de la radio en la cocina, los cuentos repetidos mil veces —y que mil veces hacen reír—, las caminatas sin prisa y las noches bajo las estrellas. Y ese abrazo que lo curaba todo. Son recuerdos que no necesita fotos ni videos para quedarse. Están ahí… intactos.
Yo, que ya soy entrado en años, aún recuerdo a mi abuelo Enric llevándome de la mano a la estación de tren del pueblo, o jugando conmigo a hacer castillos en la arena de la playa. Esos momentos que parecen pequeños, casi insignificantes, son en realidad monumentos invisibles que nuestros nietos levantarán en su interior para toda la vida.
Porque los abuelos no enseñamos con discursos, sino con nuestra sola presencia. Enseñamos, en silencio la mayoría de veces, a amar sin condiciones, a esperar con paciencia, a escuchar con todo el corazón. En un mundo donde todo cambia tan rápido, ofrecemos la calma de lo constante, el refugio de lo conocido, el abrazo inmediato, la ternura de lo eterno.
Y los nietos lo saben y no lo olvidan. Aunque crezcan, aunque la vida los lleve lejos, aunque cambien los paisajes y las circunstancias, hay una parte de su alma que seguirá regresando, verano tras verano, a esa casa, a ese abrazo, a ese juego divertido, a ese plato favorito preparado con cariño.
Tal vez por eso, los nietos y los elefantes tienen tanto en común y se parecen tanto. Porque cuando el corazón se llena de experiencias sinceras y amorosas, la memoria, hecha de cariño, de momentos sencillos y de amor que no se borra, se convierte en un archivo sagrado. Y entonces, como los elefantes, los nietos nunca olvidan.
Abuelos, no subestimemos ni desaprovechemos el valor de este verano, porque cada instante compartido, puede convertirse en un recuerdo permanente para nuestros nietos.
Porque los nietos, como los elefantes… nunca olvidan.
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