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Editorial

Por si viniera a verme

Hay un sillón en la sala que guarda una forma invisible: la de quien ya no se sienta. Una taza permanece intacta sobre el aparador, y el reloj de pared parece sonar más fuerte cuando la casa está en silencio. En algún rincón, los abuelos esperan. Esperan aunque no lo digan, aunque la espera se les haya vuelto costumbre. Esperan… por si viniera a verme.

Vivimos en un mundo cada vez más acelerado. Las generaciones jóvenes corren entre pantallas, compromisos, trabajos, sueños y amistades. Y los abuelos —los que sembraron raíces, los que contaron cuentos y tejieron historias con voz pausada— a menudo quedan atrás, como postales queridas que se guardan pero que no se miran con frecuencia.

Un nieto dijo recientemente: “Mi abuelo siempre dejaba un plato extra en la mesa, aunque cenara solo. Decía que era por si algún nieto llegaba de visita sin avisar. Tenía ese tipo de esperanza que no se apaga, aunque pasen semanas o años. Hoy, cuando lo visité, me abrazó como si el tiempo no importara. Me mostró fotos viejas, repitió historias, y me ofreció el último pedazo de pastel.”

La distancia no siempre es geográfica. A veces se mide en llamadas no hechas, en fines de semana prometidos y pospuestos, en fotos que se ven pero no se comentan. A veces se mide en silencios que no duelen por lo que dicen, sino por lo que dejan de decir.

Y, sin embargo, los abuelos no reclamamos. Guardamos una fe casi poética: ponemos galletas en la despensa, doblamos sábanas limpias y dejamos abierta la persiana del cuarto” por si viniera a verme”. No perdemos la esperanza de escuchar un timbre, un “¿cómo estás?”, una risa que cruce la puerta como antes. No porque nos sintamos olvidados —aunque a veces parece esto—, sino porque amamos sin condiciones.

La visita a un abuelo no es solo un acto de cariño, es una forma de devolver el tiempo que ellos nos dieron sin medida. Es sentarse a escuchar lo que ya no dice internet. Es rescatar la ternura de un gesto sencillo, la sabiduría de quien ha vivido mucho y ahora, lento. Es recordarnos de dónde venimos, y quién estuvo ahí cuando apenas aprendíamos a caminar.

Quizá hoy sea un buen momento. Quizá valga la pena apagar un rato el mundo y tocar la puerta de quien aún espera, de quien no pregunta ni exige, solo sonríe cuando nos ve. Y nos abraza fuerte, como si ese instante pudiera detener los años.

“Por si viniera a verme…” Os animo a escuchar la canción de Adrian Romero. Es una canción sencilla y bonita. Ha tocado mi corazón y algunas lágrimas han rodado por mi mejilla: “Por si viniera a verme” Recuerdo cuando no había prisas…Cuando nos acompañaban los libros y cuentos que tanto te leí…los juguetes que te daba y que te hacían tan feliz. Te imagino como un niño que disfruta de mi cariño y que nunca va a crecer. Te espero en la sala y escucho las canciones que tanto te gustaban…Y no te sientas mal. No es un reproche, solo es para decirte que siempre estoy listo por si vinieras… ¿Estamos listos? No perdamos el tiempo si aún tenemos la oportunidad de pasar tiempo con ellos y de influir en sus vidas.

 

Un abrazo de un abuelo melancólico

Víctor Miron

Orientador Familiar. Máster Educación Familiar. Nacido en Barcelona, casado, tiene 3 hijos y 6 nietos.

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