Una vez por semana llevo a mi nieto Matías, de 2 años y medio, a jugar a algún parque donde hay columpios, toboganes, balancines, niños… y arena, mucha arena!! En cuanto llegamos a un parque lo bajo de su silla y enseguida sale corriendo para disfrutar del lugar y de los juegos con otros niños.
Matías va corriendo por todo el recinto de un lado a otro y yo le dejo hacer, pero siempre voy detrás de él, TODO EL TIEMPO. Vigilo sus movimientos y acciones, observo todo lo que toca y lo que quiere hacer y no debe, y muchas, muchas veces tengo que decirle NO.
En su caminar, a veces todavía inestable, y en su afán de querer hacer cosas, tropieza y se cae. Dependiendo del tipo de caída, yo le dejo levantarse solo, o a veces le ayudo y compruebo que está bien y no se ha hecho daño.
Cuando interacciona con otros niños, les coge los juguetes o les presta los suyos y esta es una oportunidad para enseñarle a decir gracias, por favor…
Matías viene con su cubo y sus palas y a pesar de que yo odio tocar la tierra y no soporto ensuciarme de polvo y arena, me agacho con él y jugamos a hacer castillos o simplemente llenar y vaciar el cubo. Luego busco ansiosamente en mi bolso las toallitas y el desinfectante 😀
Me alegro mucho y disfruto viendo su cara de felicidad con cada actividad. Todo es un descubrimiento para él y es estupendo ver los progresos que hace y lo que demuestra que es capaz. Esta claro que no tiene miedo de nada y se siente seguro porque de alguna manera sabe que yo estoy con él, cerca de él, en algún lugar detrás de él observando sus pasos.
Uno de los días que estábamos en el parque, Matías estaba agachado, abstraído y concentrado en sus juegos hasta que de repente se giro y me miró sonriendo. En aquel momento tuve, lo que algunos dirían, una revelación. Tuve la absoluta certeza de que Dios actúa conmigo de la misma manera que yo lo hago con mi nieto.
* Dios, que me observa desde “lo alto” y me acompaña en cada paso que doy. Yo estoy ahí, en mis cosas pero Él me observa vigilante, está presente.
* Como Padre amoroso me advierte de los peligros, me enseña, me marca dirección a la vez que me dice no a muchas cosas que no me convienen o que son peligrosas para mi.
* Me cierra puertas, como yo cierro la del recinto de juegos para que Matías no se vaya a otros recintos, que no son para su edad.
* Yo soy su alegría y Él mismo se involucra en mi actividad.
De hecho, Dios mismo bajó a este mundo, se hizo humano, se agachó y aún en toda su Santidad se “manchó” conmigo, como yo me mancho con mi nieto.
* Si caemos Él nos levanta y consuela, nos sabemos arropados y amados y puestos en pie seguimos caminando seguros y confiados.
* Y así, como mi nieto se siente seguro en sus aventuras sabiendo que estoy detrás de él, y se gira para buscarme, buscar mi cara y mi mirada, nosotros levantamos nuestros ojos hacia Dios y buscamos Su presencia y protección.
Salmo 91: 1,2, 4; Salmo 121: 1
Me ha encantado la experiencia y me siento tan identificada con todo lo que comenta, siempre vigilantes y amorosos.
Eso lo podemos saber y sentir los que somos abuelos y creyentes.
Un beso y gracias por compartirlo.