-¡Queremos un cuento! ¡Queremos un cuento!
Parecía una revolución familiar. A veces los abuelos estamos un poco cansados a la hora de contar un cuento. Pero en esta ocasión notenía otra salida. ¡HABÍA QUE CONTAR UN CUENTO!
-Tranquilos, tranquilos. Os voy a contar un cuento, pero necesito vuestra ayuda.
Decidme tres sustantivos:
-Comer, correr, saltar.
-He dicho sustantivos, tres cosas.
Los tres miraron alrededor, y dijeron:
-MESA
-LÁPIZ
-GOMA
-¡Genial! -exclamé – este cuento va de mesas, lápices y gomas.
-Pero, si no tienen nada que ver – dijo la nieta mayor.
-¡Claro que sí! – dijo el menor -. El lápiz se pone en la mesa y la goma borra al lápiz.
-Bueno, escuchad esta historia.
Hace tiempo existían unos hombres que iban por la calle anunciando cosas, se llamaban pregoneros. Vestían de una forma muy peculiar, llevaban gorros largos, una chaqueta oscura, una trompeta, y siempre tenían un papel donde anotaban las cosas que tenían que decir para no olvidar ninguna.
– Tarariiiiiiiiii… -hacía sonar la trompeta.
Todo el mundo prestaba atención, salían por las ventanas, se ponían las manos en las orejas como para escuchar mejor, los niños se callaban, paraban de jugar y…
-¡Lo importante es la mesa, el lápiz y la goma! -decía. Y luego continuaba con las
cosas que iban a ocurrir: noticias, nuevas leyes y normas, etc.
Pero ¿sabéis cómo terminaba?
-¡Lo importante es la mesa, el lápiz y la goma! – dijo el pequeño, que se había puesto las manos en las orejas imitando a los niños del pueblo.
-¡Eso mismo! -exclamé. Un día tras otro, el pregonero daba anuncios siempre con el mismo principio y con el mismo final. Los habitantes del pueblo ya lo sabían, incluso algunos se burlaban diciendo que parecía un loco siempre con las mismas palabras.
-¿Y por qué se reían de él? Si era quien les daba las noticias.
-Pues supongo que por repetir la frase una y otra vez -. Me quedé mirando a mis nietos en silencio, esperando a ver si hacían algo.
-Abuelo, ¿qué te pasa? ¿Es que no tienes más ideas?
-¡Lo importante es la mesa, el lápiz y la goma! – dijo la mayor. Y los tres se rieron de mí, porque parecía que lo que decía no tenia sentido.
Yo entonces proseguí con la historia.
Como veis, era muy fácil reírse del pregonero porque repetía la frase una y otra vez, vosotros mismos os estáis riendo de él. Pero nadie en el pueblo le había preguntado qué significaba esa frase. Ni siquiera vosotros me habéis pregunta do que significa esa frase. Así que el pregonero seguía con el mismo principio cada vez que tenía que decir algo a los pueblos que visitaba.
Un día, un niño y su pandilla (más o menos eran doce) se acercaron al pregonero y le preguntaron:
-Oiga, señor pregonero, ¿Por qué siempre dice lo mismo?
El pregonero sonrió y dijo:
-¡Por fin alguien me pregunta! ¿sabéis cuánto hace que pronuncio esas palabras?
-Cinco años- dijo uno de la pandilla que masticaba chicle y hacía pompas sin parar.
-Tres años, dos, diez… – los niños intentaban adivinar cuánto tiempo.
El pregonero se quedó callado, mirándoles fijamente y dijo con mucha calma:
-Aproximadamente 2000 años.
La pandilla entera se empezó a reír, le decían que estaba loco, que no sabía lo que decía, que era imposible que un hombre viviese tanto tiempo. El pregonero continuó:
-En realidad no soy yo el autor de estas palabras, me las enseñó mi padre y me las regaló cuando un día le pregunté por qué las decía siempre. Pero el padre de mi padre hizo lo mismo, y así sucesivamente.
-Bueno, pero estas palabras no tienen valor. ¡Vaya regalo más pobre!
-¿Sabes? Cada una de ellas significa algo muy especial, algo que me permite ser el pregonero más feliz del mundo.
-O sea, que por tener una mesa eres feliz. Yo prefiero un videojuego, o un balón.
-Mi padre- siguió el pregonero- se ponía de pie en la mesa y pregonaba en voz alta. La mesa era el lugar donde él ensayaba lo que tenía que decir.
-Claro, por eso es importante para ti. Pero para qué queremos una mesa nosotros, en ella no podemos correr, ni jugar todos.
-Bueno la mesa no era sólo el lugar donde ensayaba, porque por todos los lados había cosas escritas: ¡ERES UN BUEN PREGONERO!, ¡TE QUEREMOS MUCHO!, ¡LO QUE HACES ES IMPORTANTE!, ¡NO ESTÁS SOLO!, ¡RECUERDA QUE SIEMPRE HAY ALGUIEN QUE TE AMA!
-Vaya- dijo otro niño-, por eso tus pregones son tan chulos.
-Mi padre siempre me dijo que él era el mejor pregonero, y que yo iba a ser el mejor pregonero aunque se rían o se burlen de mi. Y que si alguna vez se me olvidaba, tenía que pensar en la mesa.
-Pues sí que es complicado ese regalo- dijo un niño con los ojos muy abiertos.
-Sí, pero yo también querría una mesa de esas, muchas veces me siento inseguro, o que las cosas que digo o hago no valen para nada -dijo otro de la pandilla con cara tristona.
-¿Y el lápiz?
-El lápiz- el pregonero buscó en su pantalón y sacó un viejo carboncillo- es para dibujar en la mesa, nosotros tenemos la capacidad de decidir lo que dibujamos. Mi padre me enseñó que yo tengo la capacidad de elegir y decir o pensar en muchas cosas. Algunas buenas y otra malas.
-¡Anda! Que si la profe nos ve pintar en las mesas, menuda… -dijo uno de los niños moviendo la mano rápidamente.
-Bueno, piensa que sólo puedes pintar en tu mesa, la que usas para ensayar o pensar las cosas que vas a hacer y decir.
¿Y si te equivocas?- preguntó otro niño de la pandilla, que estaba preocupado porque había hecho algunas cosas mal.
-Pues entonces, sacas la goma y borras. Sólo es cuestión de volver a pintar, es decir volver a empezar desde donde te has equivocado.
Los niños se quedaron callados, y dándose media vuelta se dispusieron a ir cada uno a su casa.
-¡Esperad!, tengo un regalo para vosotros.
-¡Pero si hoy no es nuestro cumpleaños!
-No importa- El pregonero sacó varias mesas pequeñas, varios lápices pequeños y varias gomas, y las repartió entre los niños.
-Abuelo.
-¿Qué, hijo?
-No entiendo muy bien algo de la historia.
¿Por qué nadie le preguntaba lo que significaban las palabras que repetía una y otra vez?
-¿Sabes? A veces estamos tan acostumbrados a oír ciertas cosas que no les prestamos atención. Hay palabras que se dicen desde hace muchísimo tiempo, pero que nos cuesta pararnos a pensar qué significado tienen.
-Abuelo, ¿qué pasó en el pueblo?
-Bueno, el pregonero desapareció, pero los niños se encargaron de contar lo que significaba la mesa, el lápiz y la goma. Ese pueblo cambió radicalmente, porque por fin entendieron la importancia de una palabras que hacía 2000 años que se estaban escuchando.
-Abuelo, ¿a ti te ha pasado algo parecido a lo que le pasó a este pueblo?
-¡Claro!, mi niña. Me ha costado entender que tengo mucho valor, que lo que hago es importante, que yo decido muchas de las cosas que hago, y que en varias ocasiones tengo que pedir perdón. Por eso recuerdo siempre la mesa, el lápiz y la goma.
-Hasta mañana abuelo.
¡Ah! Y no olvidéis escribir en la mesa que os amamos mucho. Hasta mañana… Hace mucho tiempo, un hombre nos enseñó muchas cosas.
Nos habló de un Dios que nos ama y nos dio libertad para escucharle o ignorarle. Además, nos habló de la importancia del perdón, tanto de saber perdonar como de aprender a recibir perdón por cosas que hemos hecho mal.
Hoy muchas personas se ríen de estas palabras pero te animamos a que pienses que quizás te estás perdiendo algo que puede cambiar tu vida, aunque creas que no lo necesitas.
¿Y tú?
- ¿Qué frase te gustaría escribir en tu mesa? (piensa en tus padres, abuelos, amigos y colegio, tu deporte favorito, lo que quieres ser de mayor, etc.?
- ¿Crees que hay algo que debes borrar de tu mesa? ¿Qué es?
- ¿Te estás enfrentando a alguna decisión y necesitas ayuda?
- Para ti que estás leyendo este cuento a los nietos, ¿qué te gustaría escribir en su mesa?
- ¿Hay algo por lo que crees que tienes que pedir perdón y borrar?
- ¿Hay algo que te gustaría hacer o pintar con tu lápiz en tu mesa de ahora en adelante?
Cuento publicado en Revista Infantil SPLASH, nº 13. Usado con permiso.