Los abuelos somos los portadores de una antorcha de la vida que hemos de pasar y que ilumina el camino de las nuevas generaciones.
¡¡Vaya verano más deportivo!! La copa de fútbol europea, el Tour de Francia, la Vuelta de España, las Olimpiadas y Paralimpiadas de París, la Copa América, etc. Hemos quedado saturados de deporte. La alegría de tantas copas, medallas y la llama de tantos esfuerzos e ilusiones se ha apagado. La llama ahora reposa en el Olimpo mientras las guerras siguen.
“Pasar la antorcha” evoca imágenes de los Juegos Olímpicos. Todos hemos visto a los corredores llevando la llama olímpica alrededor del mundo y pasándola de uno a otro hasta que el último llega a su destino final en la sede olímpica actual. Es una experiencia poderosa y emotiva para todos los que están en el estadio cuando el último corredor entra y sube corriendo el largo tramo de escaleras para encender la llama olímpica. ¡¡Cuántas ilusiones, cuántas experiencias, cuántos momentos increíbles vivió esta antorcha en su recorrido hasta llegar al pebetero olímpico, pero al final se apagó, como también la de París!!
Este año he pasado mis vacaciones cerca de Empúries (antigua metrópoli griego/romana); lugar por donde llegó la antorcha olímpica que iluminó la olimpiada de Barcelona 92. Contemplando el lugar reflexioné sobre nuestra carrera, la de los abuelos, que es el último tramo de la maratón de la vida.
Nosotros como abuelos somos portadores de la llama de una generación a otra.
“Pasar la antorcha” también es una expresión tradicional que se utiliza para decir que no estaremos aquí para siempre. Aceptamos la luz que alguien nos pasa, la llevamos durante un tiempo y cuando tenemos que dejarla, le pasamos la antorcha a otra persona.
¿Qué podemos dar de permanente los abuelos? Somos figuras que permanecen como pilares de sabiduría y estabilidad, pero ante todo somos portadores de una antorcha única, iluminando el camino de las nuevas generaciones con el brillo del conocimiento, la experiencia y los valores atemporales y sobre todo del ejemplo de vida. En un mundo cada vez más complicado y acelerado, los abuelos cristianos nos alzamos como portadores de una luz única y poderosa: la antorcha de la fe. Nuestra fe en Jesucristo, ha sido probada y fortalecida a lo largo de los años. Es un regalo invaluable que podemos y debemos transmitir a nuestros nietos. Como abuelos cristianos, tenemos el privilegio y la responsabilidad de ser faros de esperanza, guías espirituales y ejemplos de amor y confianza en Dios para las generaciones que vienen detrás.
Es responsabilidad de las nuevas generaciones tomar esa antorcha, respetar su luz y, a su vez, transmitirla a los que les sigan. Porque, en la continuidad de esa llama, encontramos la conexión entre el pasado y el futuro, y en los abuelos, el puente que nos permite cruzar de una orilla a otra.
No renunciemos a llevar la antorcha para nuestros nietos. No bajemos la guardia. Que no se nos apague el fuego divino que llevamos dentro y que hemos de transmitir de año en año, de etapa en etapa, de generación a generación.
¡¡Somos abuelos post olímpicos para que no se nos apague la llama!!
“Corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1b)
Nota: ¿Qué antorcha te pasaron tus abuelos a ti? ¿Qué antorcha vas a dejar a tus nietos?
¿Cómo te va con “pasar la antorcha” de la fe a tus hijos y nietos?
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Gracias Víctor por este comentario y/o reflexión. Siempre es una mis oraciones que la antorcha no se quede por el camino y que mis nietas cuando yo ya me canse puedan hacer el relevo y llevarla hasta el final.