Fue en el verano del 2004, durante unas vacaciones en las que visitaba mi tierra de nacimiento y mientras que vivía una crisis personal de identidad, que Dios me guió por senderos antiguos y en mi búsqueda, aún sin esperarlo, me encontré con el pasado que desconocía y con aquellas personas de las que nunca había oído que tenían mi misma sangre, las cuales, exponiendo su vida, trazaron un camino nuevo y limpio para que yo y mi descendencia, pudiéramos transitarlo, quitando los obstáculos que nos impedirían llegar con éxito a nuestro destino.
Conocer la historia de mi tatarabuelo, bisabuelo y abuelo me lanzó al futuro con una fuerza sobre natural y encajó a la perfección las piezas que me faltaban en la vida dándome coraje y compromiso para continuar su trabajo con fe y esperanza.
Hoy, estoy enfocada en cuerpo y alma a mis seis nietos, con el firme propósito de explicarles toda la historia de sus antepasados y mi deseo de que sean ellos o los hijos de ellos quienes la completen según lo que Dios soñó para nuestra familia, porque estoy segura que mi tatarabuelo nunca se imaginó que al conocer a Dios de una manera personal, su decisión afectaría para bien a siete generaciones más, hasta hoy.
Ser abuelo, abuela, es mucho más de lo que habitualmente solemos hacer. Es ser un fiel trasmisor de la poderosa obra de Dios a través del tiempo, de tal manera que cada generación posterior pueda vivir una vida con un alto grado de sentido y propósito aumentando así en cada nueva generación de creyentes, su presencia y amor, preservando la fe en el viaje.
Queridos abuelos y abuelas, este es el mejor tiempo de nuestra vida. ¡Hemos acumulado puntos!
En nuestras manos está la decisión de detener la decadencia generacional y llevar a nuestra descendencia a un lugar donde podamos construir la gloria de Dios allanando el camino de los que vendrán después de que ya nos hayamos ido.
Si vivimos pensando solo en nosotros, contribuiremos a que muchos no logren alcanzar su destino.